Los Otros Abusos

Los otros abusos


Cada cierto tiempo nos vemos impactados por los abusos sexuales que siguen remeciendo a la jerarquía eclesiástica católica y haciendo sufrir al pueblo de Dios. El último caso es la publicación del informe sobre los cometidos por el fallecido Renato Poblete sj. Anteriormente fueron las denuncias a la Congregación Marista por religiosos y sacerdotes en los colegios de esta; se suman, los ya emblemáticos expulsados Karadima, Precht, Cox y Órdenes; el caso de Rimsky Rojas y la red de encubrimiento salesiano latente hasta hoy; lo ocurrido en los Colegios de los Legionarios de Cristo, entre otros. Es que nadie se salva de estos casos: congregaciones religiosas, clero diocesano y la mayoría, por no decir todos, de los obispos en ejercicios y eméritos.
Desoladora manifestación de una cultura del abuso y encubrimiento que a todas luces ya es una institucionalidad histórica en la Iglesia chilena, aunque seguimos cayendo en el negacionismo de estos hechos. En la base encontramos el ejercicio del poder que tienen los sacerdotes una vez ordenados, nombrados y asumidos en sus encargos pastorales.
No podemos dejar de lado el rol de las comunidades parroquiales que son repetidoras de estos abusos, puesto que existen los contrapesos suficientes para hacer frente al ilimitado poder del clero, sea por la diferencia de formación, edad, género o por la cultura de cada persona; más aun sabiendo que los chilenos nos movemos entre una estructura patriarcal propia de sociedades vinculadas al mundo agrario y una escasa conciencia de derechos civiles, políticos y económicos. La excepción y cambio está en las transformaciones que vivimos en el país en la última década, cuestión que son otros los llamados a analizar.
Los otros abusos -sin desmerecer los abusos sexuales y de conciencia que destruyen la vida de jóvenes, hombres y mujeres, que conmueven e indignan- son los que suceden al interior de las comunidades parroquiales, por ello queremos observar algunas dinámicas existentes, pero antes veamos que el poder.
El poder es un acto de relación entre sujetos, se ejerce de manera sutil en la toma de decisiones y en acciones propias de los cargos asumidos, se manifiestan en pequeños espacios en los cuales una persona lo ejerce por sobre otras, siempre manteniendo asimetría por diversas razones y circunstancias. Muchas veces su ejercicio está marcado por un factor androgénico y patriarcal.
Los otros abusos en la Iglesia están circunscrito, no de forma excluyente, a las Parroquias, donde es el párroco quién no sólo debe cumplir su encargo pastoral, evangelizador, de presidir sacramentos, ritos propios y la homilía; sino que ejerce funciones de administrador de bienes y recursos, consejero familiar y psicoespiritual (muchas veces sin la debida formación), jefe de personal; y, en no pocas ocasiones, autoridad local sobre en todo en los pueblos de Chile. Es aquí donde se establecen relaciones triangulares que los propician.
El derecho canónico establece una serie de disposiciones entre los cánones 528 al 532, las que determinan las funciones pastorales, administrativas y jurídicas que poseen los párrocos. Tan variadas son las responsabilidades como las posibilidades para cometer abusos de poder, conciencia y económicos, los que por ser otros no podemos invisibilizarlos. Detallamos algunos a continuación.
Primero, son administradores de los bienes y las ofrendas recibidas, las que están destinadas para las labores destinadas según lo que los laicos y laicas donantes determinen según lo que se pidió, o sea si se pidió dinero para comprar leña o hacer caridad, se debería ocupar para ello. El problema es cuando se convierten las colectas en la caja chica del sacerdote quien se apropia indebidamente y teniendo recursos inmediatos, sin quedar registro ni ser rendidos por ellos.
Segundo, tiene la obligación de velar por la vida de fe de las comunidades, fomentando la participación en los sacramentos y sacramentales propios según la tradición y costumbre del lugar, así como velar por la centralidad en la palabra de Dios, la homilía y la catequesis, promoviendo un espíritu evangélico del compartir y fomentando la justicia social. Lo central de todo es la realización de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana.
En muchos lugares y en reiteradas ocasiones constatamos que muchos párrocos se despreocupan de la vida de sus comunidades dejándolas sin la misa dominical o mensual; utilizan la homilía para dar sus opiniones o consejos sin ninguna profundización en el mensaje y actitudes de Jesucristo; la escasa o nula preparación, infantiliza la fe y falta el respeto a los asistentes. Es cierto, el número de clérigos es cada vez menor, pero no hay una preocupación por la catequesis sacramental y permanente, pero por su formación teológica pueden educar su feligresía o formar a los agentes que animan la vida de fe de las comunidades. Incluso ningunean la formación que el laicado ha recibido.
En materia litúrgica muchos párrocos terminan improvisando, no revisan las rúbricas del Misal Romano ni tampoco actualizan el material para procesiones y rituales para la tan valorada religiosidad popular. Finalmente, la doctrina social de la iglesia es lo menos difundido, evitan hablar de justicia por desconocimiento o temor. La fuerza profética que en otrora tuvo la iglesia es fantasma del pasado o choque con sus intereses. El laicado da cátedra en temas sociales y ambientales buscando la justicia social, muchas veces con la intuición, pero sin el fundamento espiritual que fundamenta a los cristianos y cristianas.
Otro elemento a destacar en este punto es que al asumir pisotean las costumbres comunitarias, eliminan misas y/o tradiciones sólo porque les molesta o les genera mucho trabajo. Es cierto que las congruas son irrisorias para sus gastos personales, pero abandonan sus parroquias por trabajos remunerados como ser capellanes en el ejército, colegios u otras instituciones. No negamos que esta sea una opción pastoral, pero no se puede servir a dos señores. Si en las comunidades parroquiales había un ritmo de trabajo e independencia en la toma de decisiones, el nuevo párroco recién asumido comienza a cambiar las prácticas, no necesariamente motivado por razones de fe, sino cuestiones humanas.
Tercero, es cierto que los miembros de las comunidades somos volátiles si no tenemos una buena formación, pero no es menos cierto que muchos nos alejamos por las malas actitudes y prácticas de un sacerdote. Estos son seres humanos que aman, sienten, piensan y se equivocan, pero su personalidad espanta a las ovejas siendo reflejo de los asalariados que denuncia Jesús. La vida cristiana no se cimienta en un clérigo, pero es menos desgastante hacer de la vida de fe una experiencia personal lejana de la comunidad por salud mental. Nuevamente el derecho canónico queda sólo en un texto, puesto que afirma que el párroco debe buscar a las personas que se van.
Cuarto, y quizás el nodo más crítico es la existencia de los Consejos Pastorales y de Asuntos Económicos, tanto por la funcionalidad de estos, como de la preparación e idoneidad de los miembros. El canon 536 establece que el consejo pastoral es netamente consultivo y depende de las directrices emanadas desde el Obispo Diocesano, mientras que el consejo económico es un órgano asesor en la gestión (537) siendo personas que prestan su ayuda. Claramente los Consejos parroquiales son instancias de voluntarismo y cooperación, pero no por ello, sólo harán lo que el párroco diga o establezca, donde muchas veces eligen a las personas que saben que no alegarán ni cuestionarán sus decisiones, más fácil abusar de ellas sin que se den cuenta y con esto se perpetúa el ciclo abusivo que se repite constantemente, puesto que no hay espacio para la crítica ni el intercambio de opiniones.
Nombremos entonces algunos abusos que cometen los párrocos en los consejos: cambian las decisiones que se habían discutido antes según su conveniencia personal; los temas importantes no se someten a discusión, las decisiones las toman amparados en sus espacios secretos previos, las reuniones se transforman en meras instancias informativas con todo acordado previamente; cuando personas exponen situaciones problemáticas, los presbíteros se desentienden o se ofuscan, incluso con su actitud dejan que sean los miembros de las comunidades los que se pelean entre ellos o simplemente humilla y grita a las personas. Es el presbítero que ejerce el poder que le imprimió carácter el día de su ordenación sacerdotal
Quinto, el párroco es quien preside en el amor y la comunión a su comunidad. No todo es plata o actividades. La vida comunitaria es construir puentes más allá de las diferencias y en la diversidad, a ejemplo de lo que hizo Jesús con sus discípulos y discípulas, a quienes enseñó a lavarnos los pies unos a otros, sobre todo a los pobres y marginados. Esto se difumina en instituciones donde las relaciones de poder se cruzan con una tradición sacerdotal cristológica que genera uniformidad en el pensamiento y acción, separando a los ministros del mundo. Estas relaciones insanas son constantes en las parroquias con círculos sectarios, elitismo, secretismo y con una pastoral de la silla caliente. El párroco es responsable, pero también lo somos miembros de las comunidades que reproducen estas relaciones de poder. ¿Qué podemos hacer a futuro para revertir aquellos círculos abusivos?
Finalmente, los otros abusos existentes se fundamentan en que los miembros del clero se transforman en verdaderos patrones de fundo, autoritarios, poco diligentes, manipuladores de conciencia, divisores de las comunidades, falseadores y negligentes que alejan o expulsan a las personas. Terrible, porque estos hechos poco se denuncian, una vez denunciados no son considerados y, si hay laicos que los conocen, prefieren guardar silencio para no inmiscuirse.
En síntesis, si queremos cambios en la Iglesia lo primero es humanizar el rol de los sacerdotes, conociendo sus limitaciones y virtudes, generar contrapesos en las comunidades con cambios culturales y en el derecho canónico, asumir que si queremos llegar a ser adultos en la fe, debemos dejar de verlos como seres iluminados y más como hombres que buscan servir a Dios y que están llenos de temores y sueños propios del ser humano. Por lo pronto, ¿tendremos la valentía para denunciar a los presbíteros abusadores en la misma estructura parroquial o seguiremos en un éxodo buscando nuevas formas de vivir la fe? Ambas opciones no son excluyentes en la vida de un cristiano católico que se compromete con el reino.
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* El autor es católico, laico autónomo, vive en Osorno, es miembro de la Red de Laicos y Laicas de Chile.

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